
Lucha contra el paco
Tratan a adictos en forma ambulatoria
En Flores funciona el primer centro de tratamiento de adictos al paco para mayores de edad de la Ciudad. La novedad es que concurren durante el día a las sesiones y a la noche regresan a sus casas. El acompañamiento de las familias es una de las claves para que la terapia funcione. Por ejemplo, les piden que los adictos no manejen dinero. El fracaso de otros sistemas en los que los menores son institucionalizados. Entre los pacientes hay jóvenes de clase media, de barrios como Villa Crespo o Villa del Parque. El paco es una de las drogas que genera más adicción.
Agustina Larrea
“Ahora me levanto y mi mamá me dice: ‘Buen día’. ¿Sabés lo lindo que es que tu mamá te diga buen día?”, pregunta Jonathan, que tiene 19 años y lleva un mes y 14 días sin consumir paco. El junto a trece jóvenes más asisten a Casa Flores, el primer centro de tratamiento ambulatorio para adictos al PBC (pasta base de cocaína), inaugurado en abril de este año.
Ubicada en pleno barrio de Flores la “Casa del Paco”, como le dicen algunos, ofrece un método novedoso: se trata de un centro donde jóvenes y adultos –todos mayores de 18 años– pasan casi todo el día haciendo actividades grupales, deportes y recibiendo atención psicológica individualizada. Pero después de estar allí todo el día, ellos, a diferencia de otros adictos en recuperación que son “institucionalizados”, vuelven a sus casas.
“Se trata de una internación ambulatoria. Y aunque sean chicos grandes al principio tienen que ir y venir acompañados. Les pedimos a los familiares que los chicos no manejen dinero, por ejemplo, y que asistan a una reunión de padres semanal”, explica el sociólogo Ignacio O’Donnell, director de la Casa, que depende del Gobierno de la Ciudad.
En Casa Flores ya hay 14 jóvenes (diez varones y cuatro mujeres) que provienen de lugares diversos: “Tenemos chicos que vienen de hogares muy humildes, que viven cerca de alguna villa pero también hay chicos de clase media, de barrios como Villa Crespo o Villa del Parque”, explican los “operadores”, que son quienes atienden a los chicos que asisten al lugar.
“Nadie daba un mango por un tratamiento ambulatorio contra el paco, más que nada por el grado de compulsión de esta droga. Pero varios de estos chicos vienen de estar institucionalizados mucho tiempo y están cansados de ser maltratados y humillados. Por eso esto funciona, y desde el Estado”, remarca O’Donnell.
Una vez que el adicto se acerca a la sede, ubicada en Bonorino 884, tiene una entrevista con un psiquiatra, es revisado por un enfermero y recibe turnos para hacerse exámenes médicos en algún hospital. Al día siguiente ya puede incorporarse a los grupos y hacer todas las actividades que ofrece la Casa: desde los talleres grupales hasta ir a natación, entre otras disciplinas deportivas.
En los grupos, los chicos vuelcan todas sus experiencias. “Hay operadores que nos contienen pero tratamos siempre de resolver todo en grupo. Está bueno porque siempre a alguno le pasó algo parecido. Es como encontrar espejos”, cuenta María José, que va a la Casa desde que abrió. Marcelo, de 26 años y 51 días de recuperación, remata: “No estamos para darles consejos a nuestros compañeros, pero sí para contarles que nosotros pasamos por lo mismo. Al venir acompañado por alguien de la familia uno se siente apoyado y piensa las cosas dos veces antes de mandarse alguna”.
“En un adicto vos tenés un Dr. Jekyll y un Mr. Hyde conviviendo en una misma persona. Nosotros trabajamos con Jekyll, lo abrazamos fuerte. A Hyde lo dejamos que se maneje tranquilo y, si es necesario, intentamos fortalecerlo”, relata el director de la Casa.
A pesar de que han pasado apenas dos meses desde que abrió Casa Flores, los jóvenes van notando cambios en su conducta y, sobre todo, en sus familias. María José lo explica de esta forma: “En la mayoría de nuestros casos, nuestras casas eran un hotel para ir a dormir, bañarse y volver a salir. De repente, te das cuenta de que tenés mamá, papá, hermanos o alguien ahí al que le pasan cosas. Y sobre todo ves que nosotros no somos los únicos enfermos, que ellos también sufren nuestra enfermedad”.
Tratan a adictos en forma ambulatoria
En Flores funciona el primer centro de tratamiento de adictos al paco para mayores de edad de la Ciudad. La novedad es que concurren durante el día a las sesiones y a la noche regresan a sus casas. El acompañamiento de las familias es una de las claves para que la terapia funcione. Por ejemplo, les piden que los adictos no manejen dinero. El fracaso de otros sistemas en los que los menores son institucionalizados. Entre los pacientes hay jóvenes de clase media, de barrios como Villa Crespo o Villa del Parque. El paco es una de las drogas que genera más adicción.
Agustina Larrea
“Ahora me levanto y mi mamá me dice: ‘Buen día’. ¿Sabés lo lindo que es que tu mamá te diga buen día?”, pregunta Jonathan, que tiene 19 años y lleva un mes y 14 días sin consumir paco. El junto a trece jóvenes más asisten a Casa Flores, el primer centro de tratamiento ambulatorio para adictos al PBC (pasta base de cocaína), inaugurado en abril de este año.
Ubicada en pleno barrio de Flores la “Casa del Paco”, como le dicen algunos, ofrece un método novedoso: se trata de un centro donde jóvenes y adultos –todos mayores de 18 años– pasan casi todo el día haciendo actividades grupales, deportes y recibiendo atención psicológica individualizada. Pero después de estar allí todo el día, ellos, a diferencia de otros adictos en recuperación que son “institucionalizados”, vuelven a sus casas.
“Se trata de una internación ambulatoria. Y aunque sean chicos grandes al principio tienen que ir y venir acompañados. Les pedimos a los familiares que los chicos no manejen dinero, por ejemplo, y que asistan a una reunión de padres semanal”, explica el sociólogo Ignacio O’Donnell, director de la Casa, que depende del Gobierno de la Ciudad.
En Casa Flores ya hay 14 jóvenes (diez varones y cuatro mujeres) que provienen de lugares diversos: “Tenemos chicos que vienen de hogares muy humildes, que viven cerca de alguna villa pero también hay chicos de clase media, de barrios como Villa Crespo o Villa del Parque”, explican los “operadores”, que son quienes atienden a los chicos que asisten al lugar.
“Nadie daba un mango por un tratamiento ambulatorio contra el paco, más que nada por el grado de compulsión de esta droga. Pero varios de estos chicos vienen de estar institucionalizados mucho tiempo y están cansados de ser maltratados y humillados. Por eso esto funciona, y desde el Estado”, remarca O’Donnell.
Una vez que el adicto se acerca a la sede, ubicada en Bonorino 884, tiene una entrevista con un psiquiatra, es revisado por un enfermero y recibe turnos para hacerse exámenes médicos en algún hospital. Al día siguiente ya puede incorporarse a los grupos y hacer todas las actividades que ofrece la Casa: desde los talleres grupales hasta ir a natación, entre otras disciplinas deportivas.
En los grupos, los chicos vuelcan todas sus experiencias. “Hay operadores que nos contienen pero tratamos siempre de resolver todo en grupo. Está bueno porque siempre a alguno le pasó algo parecido. Es como encontrar espejos”, cuenta María José, que va a la Casa desde que abrió. Marcelo, de 26 años y 51 días de recuperación, remata: “No estamos para darles consejos a nuestros compañeros, pero sí para contarles que nosotros pasamos por lo mismo. Al venir acompañado por alguien de la familia uno se siente apoyado y piensa las cosas dos veces antes de mandarse alguna”.
“En un adicto vos tenés un Dr. Jekyll y un Mr. Hyde conviviendo en una misma persona. Nosotros trabajamos con Jekyll, lo abrazamos fuerte. A Hyde lo dejamos que se maneje tranquilo y, si es necesario, intentamos fortalecerlo”, relata el director de la Casa.
A pesar de que han pasado apenas dos meses desde que abrió Casa Flores, los jóvenes van notando cambios en su conducta y, sobre todo, en sus familias. María José lo explica de esta forma: “En la mayoría de nuestros casos, nuestras casas eran un hotel para ir a dormir, bañarse y volver a salir. De repente, te das cuenta de que tenés mamá, papá, hermanos o alguien ahí al que le pasan cosas. Y sobre todo ves que nosotros no somos los únicos enfermos, que ellos también sufren nuestra enfermedad”.
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